jueves, 16 de octubre de 2014
Adam era un oportunista. Pocas cosas le importaban más en la vida que su propia existencia. Su única preocupación era aquietar su voracidad sin contemplar en lo más mínimo quién podría ser el próximo en su lista (depredación). Tal es así que nunca previó que sus acciones traerían semejantes consecuencias. Una tarde tras ir en busca de su próxima víctima ocurrió algo inesperado. Cruzó una cerca que se encontraba en medio de la espesura y corrió tras su botín como alma que la lleva el diablo sin reparar en que la zona se encontraba poblada de minas, cual sembradío de pensamientos. Después de su segundo paso el explosivo hizo su trabajo. Todo había quedado reducido a cenizas. En la árida extensión se perdía su mirada, inmóvil, Adam permanecía allí. La asociación de existencias de la cual formaba parte, había sido vasta alguna vez. La explosión no dejo casi nada en pie, excepto y para su desgracia la fuente de su desgracia que acabaría finalmente con todo aquello que lo caracterizaba, sin darle nada a cambio. La trasmisión de energía sustanciosa lo vería no ya como el primero en el camino de la subsistencia (cadena alimentaria) sino como uno más de aquellos a quienes él supo tratar como reservorio. Cual trofeo, se veía ahora, como cazador cazado. A merced de los nocivos efectos que el estrépito había cavado en él, Adam sucumbía. Tirado en el pasto sentía su sustancia (materia) reducida a la partícula más pequeña (átomo) siendo capaz solamente de conservar en su cuerpo la sensación de un verano (endotermo) que ya no volvería a ver.
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